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SOBREVIVIENTES

¿Por qué sobrevivimos? Un debate que abre puertas

Porque creemos que el debate abre puertas, permite cotejar nuestras opiniones y formular nuevas preguntas, nunca rehuimos la polémica en torno a las razones de por qué algunos sobrevivimos al exterminio perpetrado por la dictadura militar dentro de los campos de concentración. (…)  Esto nos ha llevado a profundizar la reflexión sobre el hecho de nuestra sobrevivencia. (…)
Desde ya, partimos de una cierta ignorancia. Ignoramos la causa particular y la causa general de nuestra sobrevida, aunque sabemos que fue una entera decisión de los represores. (…)
Entre los sobrevivientes hay militantes de base de organizaciones políticas, barriales, sindicales y también dirigentes de organizaciones armadas y no armadas. Hay adolescentes y jóvenes y también adultos mayores, hay mujeres que tuvieron sus hijos en cautiverio (en los
campos de concentración o en las cárceles “legales”) y mujeres que abortaron a causa de los tormentos, hay obreros de distintos gremios, profesionales, religiosos, estudiantes. Hay compañeros que sopor-taron espantosas torturas y mantuvieron silencio y compañeros que
tras terribles castigos les fue arrancada una cita, una dirección o se autoinculparon, incluso, de hechos que no habían realizado.
Todos ellos forman la categoría sobrevivientes de los campos de concentración y sus identidades responden al quiénes de nuestra formulación. Son los mismos, exactamente los mismos quienes, por miles, fueron desaparecidos tras su cautiverio en los centros clandestinos de detención. (…)
Pensamos que no hubo un criterio único de selección para la muerte o la vida.(...) Esto nos parece que intenta responder al por qué. Nos queda ahora aproximarnos al para qué.
¿Para qué planeó dejar prisioneros vivos una dictadura que se propuso aniquilar toda oposición armada, política, ideológica, abarcando desde los subversivos hasta los tímidos e indiferentes? (…)
Si el eje de la política represiva fue el terror -a inocularse en toda la sociedad argentina- y si ese terror (secuestro, tortura, desaparición) se practicó en la clandestinidad ¿quién podría contarlo (e inocularlo) en cada habitante del país? Evidentemente no los Scilingos, cuyo rol en ese momento era hacer y no contar. El relato del horror, según el plan represivo, debía quedar en boca de un puñado de sobrevivientes que enteraran a la sociedad de lo que le sucedía a las personas que, de pronto, dejaban de ir al trabajo, al colegio, a su propia casa. Por supuesto, el plan preveía un relato del horror aterrorizado y aterrorizante. Desde su punto de vista, el liberado era un ser destruido por la experiencia soportada que relataría y sostendría en el tiempo -con sus palabras o con su locura, con su mutismo o su desesperación, con su ruina física o su delirio de perseguido- el horror reservado a los disidentes.
Como parte del plan, se contemplaba a desconfianza que el círculo de allegados al sobreviviente le profesaría. “Si tantos no volvieron y éste, sí...”. Ni más ni menos que el “por algo habrá salido”. En una situación de terror y peligro real para los opositores a la dictadura, era sumamente difícil que éstos superaran la desconfianza y evitaran el aislamiento de los sobrevivientes. Si el mandato represivo para nosotros fue “aterroricen”, el mandato para los militantes no secuestrados, implícito en nuestra sobrevivencia, fue “desconfíen”.
Con terror y desconfianza se aseguraba un largo período de desarticulación social, permitiendo a la dictadura su permanencia en el poder. Ese fue, creemos, al menos parte del plan de dejar con vida a un número reducido de prisioneros.
Los sobrevivientes fuimos comprobando que si contábamos lo que habíamos vivido, aterrorizábamos, cumpliendo -en buena medida- los designios de los represores; y si callábamos, contribuíamos al olvido de uno de los más trágicos períodos de nuestra historia. (…) Contar es, desde entonces, testimoniar para mantener la memoria y construir la justicia.
De modo que contextualizar nuestro relato, contar todo lo que los desaparecidos protagonizaron en nuestro país (sus luchas, sus sueños, sus experiencias de vida) y no solamente el horror, ha sido nuestro modo de desbaratar el plan de los represores que nos querían mutilados, temerosos, arrepentidos. Así como nosotros, con inmensas dificultades, intentamos darle otra perspectiva a nuestra sobrevivencia, quienes pudieron escapar a la represión de los campos y las cárceles, fueron superando la desconfianza, pudieron oírnos y reconocernos como compañeros de lucha que somos y como parte de una realidad compleja que merece debatirse, sin canibalismo ni sombra de maldiciones, porque la polémica con proa a la verdad no nos debilita, sino que nos afirma en nuestro común deseo




Adriana Calvo
UNA VECINA DE BOEDO

Adriana vivía en Boedo, en la calle
33 Orientales casi Independencia.
Falleció de cáncer el 12 de Diciembre del 2010.

Adriana era física, docente en la Facultad de Ciencias Exactas en La Plata y militaba en la agrupación gremial docente cuando fue secuestrada el 4 de febrero de 1977 en Tolosa. Su embarazo era de 6 meses y medio y estuvo detenida desaparecida en el Pozo de Arana y la Comisaría 5º de La Plata; en el trayecto desde ese centro clandestino hasta el Pozo de Banfield dio a luz a su tercer hijo, una niña llamada Teresa, en el asiento trasero del coche vendada y sin ayuda. Su valioso testimonio en el juicio a las juntas en 1985 permitió develar los partos clandestinos en el denominado “Circuito Camps”... “Yo estaba por tener familia. Iba acostada en el auto, los ojos vendados y las manos atadas atrás... El auto iba a toda velocidad y yo le grité: ¡ya nace no puedo más! y efectivamente nació mi beba”. “Ese día hice la promesa de que si mi beba vivía y yo vivía, iba a luchar todo el resto de mis días para que se hiciera justicia”. Fue constructora de poder popular participando en la génesis de la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos, la Asociación Gremial Docente de la UBA, el colectivo Justicia Ya y el Encuentro Memoria, Verdad y Justicia.

Quienes la despidieron resaltaban una y otra vez su coherencia, intransigencia, valentía, su fuerza, su voz imponente… una luchadora imprescindible.


“… Ahora Adriana, que volvés a ser semilla...
te sembraremos una y otra vez en nuestros territorios
de resistencia, para desalojar los campos de la hipocresía,
de la indiferencia, de la complacencia con el poder…
sembraremos también tu gesto, tu desafío, tu ejemplo”.
(Claudia Korol).


“….En las mazmorras de la dictadura, vivió los más
espantosos actos del ser humano y los más generosos.
En ese mismo Pozo de Banfield vio a sus mismas
compañeras de cautiverio, tan débiles, tan maltratadas
como ella, hacer una muralla humana para impedir
que las manos genocidas se llevaran a Teresa”.
(Luciana Bertoia).

“… la vi hace un mes declarando en la causa Orletti…
Su voz era imponente. No permitía que la defensa
le cortara su discurso. Era una guerrera luchando ante
enemigos, era toda una mujer, así la voy a recordar,
con entereza y luchando hasta el final de sus días.
(María Niuska, Comisión de Campo de Mayo).

“…Tenía derecho a todo. A buscar el bronce.
A ser Juana de Arco, a verse a sí misma como símbolo
de la Argentina, a pelear por ser una figura
de fama mundial en la lucha contra la impunidad…
Adriana Calvo tenía derecho a todo pero murió
sin haber usado jamás ninguno de esos derechos...”.
(Martín Granovsky).